Diógenes de Sinope, un filósofo peculiar.

Diógenes nació aproximadamente sobre el año 412 a.C en Sinope, antigua ciudad de la actual Turquía, era hijo de Hicesio, el banquero de dicha ciudad. La leyenda dice que todo comenzó cuando Diógenes le preguntó al oráculo de Delfos: “Qué es necesario para conseguir la gloria?”. Y el oráculo le respondió: falsificar la moneda en curso. Diógenes sabía que las respuestas de los oráculos eran enigmáticas y pensó: ¿qué habría querido decir el oráculo realmente?¿habría que tomar la respuesta en sentido literal y falsificar la moneda?¿había que acabar con las antiguas leyes y proponer unas nuevas?. Ante la duda, Diógenes decidió hacer las 2 cosas y comenzó a falsificar monedas con ayuda de su padre. No tardaron en ser descubiertos y el castigo fue contundente. Hicesio pasó el resto de su vida en la cárcel y Diógenes fue condenado al destierro. Es entonces cuando pronunció una de sus memorables frases: “No me condenáis al destierro, yo os condeno a vosotros a quedaos aquí”. Y así fue como Diógenes abandonó su patria y acabó en Atenas después de un largo viaje por toda la hélade.

En Atenas, Diógenes escuchó hablar de un hombre especial, Antístenes, antiguo discípulo de Sócrates y uno de los pocos que había podido contemplar la muerte de este. Antístenes había fundado una escuela, en un gimnasio llamado κύων: ‘perro’, pero el calificativo de perros no solo se les va a dar por el nombre de esta escuela si no por los postulados que esta defiende. Afirman que es necesario vivir conforme la naturaleza, abandonar las convecciones, las normas sociales, ellos piensan que los principios que conducen a la felicidad están dentro de nosotros mismos, es necesario prescindir de las necesidades, así, nos acercaremos a la libertad. Diógenes piensa que esa es la escuela en la que él quiere desarrollar su pensamiento, se dirige entonces hacia Antístenes y le expone el deseo de ser su discípulo pero Antístenes se niega y ante la insistencia de Diógenes se enfada, levanta el bastón y amenaza a Diógenes, pero entonces ocurre algo especial, Diógenes se arrodilla y dice: “Descarga sobre mí ese bastón maestro, porque no habrá madera lo suficientemente dura que me aparte de ti mientras tengas algo que enseñarme”. Antístenes se da cuenta que está ante alguien especial y lo acepta como discípulo. Diógenes va a seguir las enseñanzas de su maestro, en primer lugar se vestirá de la forma que caracterizaban a los “cínicos” que así es como llamaban a los integrantes de esta escuela. Un manto y un zurrón en el que va a guardar una escudilla y un pequeño cuenco para beber y comer lo estrictamente necesario, se va a desprender de todo lo que considere innecesario para vivir, debido a esto nota que va perdiendo fuerzas y decide adquirir un bastón que lo ayude a andar. En poco tiempo abandona a su maestro, cree que sus posturas no son lo suficientemente radicales, sin embargo, Diógenes va a sacar todas las consecuencias que puede sacar un filósofo cínico, va a vivir conforme a su pensamiento, ni siquiera tiene casa, piensa que no la necesita encuentra un barril cerca de un templo y allí se cobija. En verano, se revuelca sobre la arena ardiente; en invierno, abraza las estatuas llenas de nieve, quiere acostumbrarse al sufrimiento, quiere alejarse de los placeres, quiere prescindir de todas las necesidades, es el único camino para alcanzar la felicidad. Pronto su comportamiento va a escandalizar a los ciudadanos atenienses, incluso va a mantener relaciones sexuales en público. Poco a poco se le va a conocer como “Diógenes el perro”, por su falta de vergüenza, por su comportamiento, pero también empiezan a tener admiración hacia él, por su forma de afrontar la vida, por su manera de solucionar los problemas, por ese desapego a la riqueza, el dinero, los lujos.


(Diógenes en Atenas)

Diógenes y Platón

Diógenes andaba por las calles de Atenas, descalzo como de costumbre, pasa cerca de un banquete donde hay personas importantes entre ellas Platón, a Diógenes aún le puede el ansia de gloria y se acerca a la mesa donde se encuentra a Platón comiendo aceitunas. Con el rostro serio Diógenes le dice: “Oh sabio Platón, me sorprende que hayas ido a Sicilia a codearte con tiranos como Dionisio, a comer en grandes mesas, en grandes banquetes y ahora aquí que dispones de ellos, comas aceitunas”. Platón muy tranquilo, con calma le responde: “Ignoras tal vez Diógenes, que cuando estaba en Sicilia también comía aceitunas”. A lo que Diógenes responde: “Pues no entiendo sabio Platón, para comer aceitunas como te vas a Sicilia cuando aquí las hay bastante mejores”. Los comensales están sorprendidos, nadie habla así a Platón. Pero Platón, sonríe, mira a Diógenes y en el fondo sabe que lo que está buscando es convertirse en un filósofo reconocido, en un filósofo importante y para eso tiene que desafiar al más grande, tiene que desafiar a Platón. Platón le sonríe y le dice: “Ve en paz con los dioses amigo Diógenes”. 

Al día siguiente, Diógenes y Platón vuelven a encontrarse, Diógenes está comiendo higos secos probablemente robados, Platón pasa cerca de él y entonces Diógenes lo llama, Diógenes quien ha oído hablar de la teoría de las ideas de Platón y cómo Platón dice que las cosas del mundo sensible imitan y participan de las ideas del mundo inteligible, entonces, le comenta a Platón: “Platón, puedes sentarte y participar de mis higos”. Platón entiende que tal vez Diógenes quiere hacer las paces con él, se sienta coge un higo y se lo come. Diógenes muy serio lo mira y le dice: “Te dije que podías participar de ellos, pero no comerlos”. Entonces Platón se levanta moviendo la cabeza, se da cuenta de que está ante alguien especial, alguien que en el fondo lo admira pero que hay que reconocer que es un hombre imprevisible. Tiene esa magia que tenían los sofistas, capaz de dejarte perdido. Desde luego es un hombre a tener en cuenta que poco a poco empieza a ser una persona habitual dentro de las calles de Atenas.

Un día Diógenes se despierta cansado, no ha podido dormir bien, le lleva dando vueltas a la cabeza bastante tiempo a un asunto, no le convence la definición que Platón y los suyos dan del hombre, al que definen como bípedo implume. Se acerca a un gallinero y en un momento en el que cree que el dueño está distraído trata de robar un gallo, sin embargo, en plena acción es sorprendido por el dueño, ante esta situación Diógenes razona y le dice al dueño del gallinero: “¿Acaso no dirás tú amigo mío, que los dioses son dueños de todo lo que existe sobre la tierra?”. El dueño responde: “Como no”. “¿Y no crees tú, que los sabios son entre los hombres los que más cerca se encuentran de los dioses?” -pregunta Diógenes-. Confundido responde el dueño: “Por supuesto lo diría”. “¿Y no crees tú al mismo tiempo que entre los amigos las cosas son comunes?”. Con firmeza el dueño del gallinero responde: “Desde luego”. Pues siendo amigos los dioses y los sabios, todas sus cosas serán comunes, luego las cosas de los dioses, todas las que hay sobre la tierra, también son de los sabios,¿ estarás de acuerdo? dice Diógenes. El dueño cada vez más confundido responde: “Por supuesto Diógenes”. Este continua: “¿Y acaso no dirás tú que Diógenes el cínico no es un sabio y por lo tanto amigo de los dioses y por lo tanto dueño de todo lo que existe sobre la tierra?”. Entonces Diógenes remata: “Así pues, como yo soy sabio y amigo de los dioses todo lo que hay en este corral me pertenece”. El dueño con la boca abierta desde hace ya un rato mira a Diógenes sorprendido pero antes de pronunciar una sola palabra Diógenes ya se marchaba con el gallo. Diógenes por el camino desplumó al gallo con mucho cuidado, quería al gallo con vida. Se dirige a la academia platónica, allí llega y en seguida ante el asombro de los discípulos y el propio Platón suelta el gallo a correr, muerto de risa exclama Diógenes: “¡Os he traído un hombre, os he traído un hombre, un bípedo implume!”. Platón sale en frente de sus discípulos y le comenta: “No te preocupes, añadiremos algo a la definición, el hombre es el bípedo implume con uñas anchas”. En ese momento Diógenes deja de reírse y se marcha.


(Platón y Aristóteles) 

Anécdotas de Diógenes en atenas

Una mañana Diógenes se levanta con ganas de hablar, llega al foro, se sube en unas cajas y comienza a hablar. Nadie le hace caso, este entra en cólera y empieza a cantar y hacer gestos raros. Cuando capta la atención de unos cuantos estalla y grita: “Cuando estoy hablando, nadie me hace caso y sin embargo cuando me pongo a cantar acudís prestos, bien visto está, que a los charlatanes embaucadores les hacéis caso, cuando ellos hablan acudís diligentes sin embargo cuando hablan los que de verdad enseñan cosas útiles, llegáis tardos y negligentes”. Cuando ya ha captado la atención de todos empieza su discurso, no deja títere con cabeza, arremete contra los gramáticos: “Se preocupan de los trabajos y de los problemas de Ulises y olvidan los suyos propios”. Defiende que los hombres se pelean en los juegos olímpicos y sin embargo no discuten sobre la virtud y sobre la bondad, que es lo realmente importante. Arremete contra los matemáticos: “Porque mirando el sol y la luna no ven las cosas que tienen a los pies” (esto lo dice por Tales de Mileto que se cayó a un pozo por ir mirando las estrellas). Pero no se para ahí, también ataca a los oradores: “Porque dicen justo lo contrario de lo que hacen”. Para finalizar acaba diciendo: “Yo atenienses, no entiendo porque haceis sacrificio a los dioses buscando que os concedan la salud, cuando os dais en exceso a la comida y a la bebida ambas acciones perniciosas para eso mismo que pedís a los dioses”. Así pues es como Diógenes se va haciendo famoso en Atenas.

Diógenes recibe una invitación importante, va a ir a la casa de un hombre rico, un hombre que vive en el lujo. Se le ha invitado por curiosidad, porque parece alguien que puede animar una fiesta, por eso es que lo invita el dueño de la casa. Diógenes llega a la casa y el dueño rapidamente le advierte: “Ten cuidado Diógenes, en esta casa no se escupe en el suelo, esta es una casa digna hay que tener respeto y cuidado en ella”. Entonces Diógenes se aclara la garganta y deposita un descomunal escupitajo en la cara del dueño de la casa, los invitados se quedaron paralizados hasta que uno se atrevió a hablar: “Diógenes, ¿como haces eso?”. A lo que Diógenes responde: “Tenía que escupir, y no he encontrado lugar más sucio en toda la casa para hacerlo”. Poco más tarde Diógenes sale de la casa con la espalda caliente, es entonces cuando grita: “¡Hombres, hombre a mi, me han agredido!”. Unos pocos atenienses se acercan a él a lo que Diógenes dice: “He pedido hombres, no basura”.

En uno de sus paseos por Atenas Diógenes encuentra a un muchacho y algo le llama la atención, ese muchacho está comiendo lentejas en un trozo de pan y al terminar de comer bebe agua con las manos, Diógenes lo ve sorprendido y tira su cuenco y zurrón al suelo mientras gritaba: “¡Un niño me ha superado en sencillez!”.

Zenón, figura importante del pensamiento ateniense, está negando la posibilidad del movimiento, dice Zenón que el movimiento es algo ilusorio, algo falso. En ese momento Diógenes que está a su lado se levanta y se pone a caminar, mientras lo mira le dice: “Tú niegas el movimiento, así te demuestro yo que el movimiento existe, que es real”.

Poco después, otro ateniense habla de los meteoros, está intentando explicar que son,de qué están compuestos, a lo que Diógenes le dice: “Sabes mucho de meteoros, hace cuanto tiempo que llegaste tú del cielo”. 

El calor aprieta en atenas, por eso Diógenes decide salir a darse un baño, cuando sale alguien le pregunta: “¿Hay muchos hombres bañandose?”. A lo que Diógenes responde: “No, hay pocos”. El ciudadano ateniense dice: “Ah, entonces hay poca gente hoy”. A lo que Diógenes respondió: “No, gente hay mucha, hombres pocos”. Diógenes se va, dejando a su interlocutor sorprendido y confundido.

Un día Diógenes se encuentra en su barril un pequeño candil de aceite, no sabe porque se lo han regalado y pasa toda la tarde reflexionando, al día siguiente por la mañana ya sabe en que va a usar el candil. Sale con el candil, lo lleva encendido en pleno día, Diógenes grita: “¡Busco hombres, busco hombres!”. La gente tiene curiosidad, ¿qué hace Diógenes con un candil encendido a plena luz del día? se preguntaban, se acercan a él mientras sigue gritando: “¡Busco un hombre, busco un hombre, estoy buscando un hombre!”. La gente una vez más tiene curiosidad, se acercan mientras este grita: “¡Busco un hombre, un hombre honrado, no encuentro ninguno, ni con la lámpara siquiera!”. Allá se marcha Diógenes, con su lámpara encendida en pleno día.

Diógenes fuera de Atenas

Diógenes abandona Atenas, consigue infiltrarse en una pequeña nave destinada al comercio. Un día deja de caminar por las calles de atenas y poco a poco los atenienses se dan cuenta que se ha marchado. Diógenes va a viajar de nuevo por toda la hélade. Llegará a lugares más recónditos como la pequeña ciudad de Mindo, Mindo es una pequeña ciudad, pero está flanqueada por unos enormes muros que le parecen exagerados para el pequeño tamaño de la ciudad. Diógenes, que no ha cambiado, grita: “¡Oh hijos de Mindo, cerrad las puertas no sea que vuestra ciudad se salga por ellas!”. Los ciudadanos de aquella pequeña ciudad le miran sorprendidos, ¿quién es ese extranjero que vino a ofendernos de esa manera? se preguntaban. Así es Diógenes, nunca cambiará.

Año 338 a.C, la hélade es un mundo en guerra, Filipo II de Macedonia demuestra que está en condiciones de conquistar toda grecia. Tiene lugar la batalla de Queronea, donde Filipo ayudado por su hijo Alejandro se enfrentan al ejército griego, en concreto Atenas y a Tebas. La victoria de Filipo es rotunda, la hélade, Grecia está a manos de Filipo. Diógenes fue hecho prisionero y esto llega a oídos de Filipo, este lo busca hasta encontrarlo y le pregunta: “¿Qué haces tú aquí Diógenes?”. A lo que Diógenes con calma le responde: “Simplemente soy un observador de tu avaricia, un espía de tu egoísmo”. Esa respuesta osada, valiente, sin ningún tipo de miedo es la que hace que Filipo le perdone la vida. Y así es como poco tiempo después Diógenes regresa a Atenas. Enseguida el rumor se extiende por la ciudad, todo el mundo quiere volver a ver el filósofo, quieren reírse con él o de él. Le invitan a un banquete, no han olvidado lo especial que es el filósofo cínico. Unos asistentes al banquete le tiran huesos como si fuera un perro, Diógenes no se le ocurre otra cosa que mearse encima de esos que le habían tirado huesos, ante el estupor generalizado dice: “¿No me tratais como un perro? yo me comporto como tal”. 

Diógenes salió corriendo por las calles de Atenas, se escabullía entre la gente que deambulaba por allí para escapar de sus perseguidores, mientras huía, algunos ciudadanos atenienses le preguntaban: “Diógenes, ¿cuándo es el momento perfecto para casarse?”. Y este respondió: “Cuando eres joven aún es muy pronto y cuando eres viejo ya es muy tarde”. Diógenes, ¿cuándo es el momento perfecto para comer? le preguntaron, este respondió: “Los pobres, cuando puedan, los ricos cuando quieran”. 

Diógenes, en un viaje a Egina fue capturado por los piratas y vendido como esclavo. Los piratas le preguntaron qué sabía hacer, Diógenes respondió: “Mandar, comprueba si alguien quiere comprar un amo”. Al final fue comprado y se le devolvió la libertad a cambio de que educara a los hijos del comprador. Pasó el resto de su vida en Corinto donde se dedicó a predicar las doctrinas de la virtud del autocontrol.

Alejandro Magno y Diógenes

Fue en Corinto donde el gran Diógenes conoció al aún más grande Alejandro Magno. Tal era la fama del filósofo Diógenes que Alejandro tuvo curiosidad por conocerlo. Llegó Alejandro acompañado de su escolta y de muchos hombres más. Alejandro Magno se puso frente a él y dijo: «Soy Alejandro». A lo que respondió Diógenes: «Y yo Diógenes el perro». Alejandro, con curiosidad preguntó: “¿Por qué te llaman así?”, a lo que respondió Diógenes: “Porque alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan y a los malos les muerdo”. Alejandro que no se dejó inmutar por los murmullos de la gente dijo: “Pídeme lo que quieras”. Diógenes sin dudar, con firmeza le dijo: “Quítate de donde estás que me tapas el sol”, Alejandro sorprendido ante esa respuesta le preguntó: “¿No me temes?”, a lo que Diógenes le contestó con gran aplomo con otra pregunta: «Gran Alejandro, ¿te consideras un buen o un mal hombre?», a lo que Alejandro le respondió: «Me considero un buen hombre», por lo que Diógenes le dijo: «Entonces… ¿por qué habría de temerte?”

Así es Diógenes, nunca cambiará.


(Diógenes diciéndole a Alejandro que se aparte)

Muerte de Diógenes

Un día los ciudadanos de Corinto echaron de menos la presencia de Diógenes por las calles. Además, sabían que a él no le gustaba dormir ya que lo consideraba una pérdida de tiempo. Fueron a buscarle. Se lo encontrron en su barril, tapado con su manta, sin moverse. Lo llamaron: “¡Diógenes, Diógenes!”. Al ver que no se inmutaba fueron a ver qué pasaba y se encontraron su cuerpo sin vida. La causa de su muerte es desconocida, se piensa que pudo ser una indigestión pero no se sabe con exactitud.

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