El 7 de enero de 2009 comenzó unos de los viajes que marcaría mi vida para siempre. Ya había esquiado antes, pero el hecho de hacerlo junto a mis amigos me parecía bastante interesante. Enseguida el miedo y el temor a cómo se desarrollaría el viaje se transformó en una alegría y en una felicidad constante que hizo que el viaje se hiciera muy corto.
Desde ese día comenzó un ritual de contar los días, una cuenta atrás, hasta el siguiente viaje, donde volvería a subir al autobús con los mismos nervios y la misma ilusión un año tras otro. Al final de cada viaje siempre tendría la misma sensación de que algo de mí se quedaba en aquella pista, en aquel telesilla… y oiría una voz en mi interior que me diría “QUIERO VOLVER”
Quiero volver a sentir el crujir de la nieve bajo mis esquís. Quiero volver a sentir el subidón de adrenalina cuando alcanzas velocidad en una pista. Quiero volver a dejar de respirar cuando paso sobre una placa de hielo. Quiero volver a sentir cómo se me para el corazón cuando salto. Quiero volver a tomar el sol a 5° bajo cero. Quiero volver a sentir la libertad que proporciona esquiar.
En definitiva, quiero volver a sentir la experiencia de un viaje así. Es mágico.
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