Consciente o inconsciente.

Hacía frío y era todo un sueño de luces blancas. El cansancio me abrigaba en la mayoría de aquellos días y, a veces, diría que la imaginación era lo único que tenía. Ella me servía y, parada frente todo tipo de ataques, me ayudaba a sobrevivir.

Fue entonces cuando, cerré los ojos y, sin mirar, dejé muchas cosas, bien fueran experiencias, momentos, historias, oportunidades, personas o, sencillamente, cosas materiales, pasar.

Curiosa situación. Conseguí moverme sin profundizar demasiado en cómo lo haría al día siguiente o qué diría pasado ese día cuando los hechos volvieran a por mí de la misma manera en la que una estampida de elefantes espantados lo hacía en mis pesadillas.

El riesgo era algo tan engatusador, por no hablar de la gloria que sentía si aún después de todo salía victoriosa de allí. Así que, haciendo esfuerzos por mantener los ojos cerrados lo notaba, notaba las ráfagas de aire, los ruidos fuertes a mi alrededor, los crujidos en el suelo como si se fuera a hundir y, a la vez, notaba la forma en que crecía mi orgullo por dentro, subiendo en mi interior como una enredadera, afianzándose a mis miedos, incrementando mis inseguridades…

Los días siguieron, pero, cada vez más oscuros, cada uno de ellos más solitario. Todo comenzó a parecerme vacío, apenas con un atisbo de sentido. Y pensé en que, quizás, en parte esa era la consecuencia de viajar sin nada seguro. Esperé en mi ceguera a que llovieran señales y el hábito lo convirtió en un día más esperando a que se hiciera demasiado tarde, intentando parar el mundo y correr el riesgo.

Nunca antes había caído golpeada como en ese instante caí. No supe lo que significaría esa experiencia hasta que, al fin, había llegado su momento. Y, a pesar de lo malo de sentir el golpe, la estación ya había comenzado a cambiar, poco a poco, el brillo de esos días y las personas volvían a abrir mis ojos mientras el camino se ensanchaba y las heridas se curaban.

Sentir aquellas heridas significó volver a ver que, consciente o inconsciente, me había enfrentado a la vida, sin echar la vista a un lado, una vez más.

 

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